Basta con que se rompa una sola de las cinco patas para que todo se destabilice. Yo lo sabía, y lo tenía en cuenta cada vez que me sentaba, pero aún así, cada vez tambaleaba y amagaba con una caida. “Ya vuelvo”, dijo, y como yo mucho no estaba haciendo ahí, fui a hacer algo más por otro lado, para matar el tiempo. En la pantalla sólo quedó abierta su ventana. Con la cabeza en otra parte, vuelvo y atino a sentarme… pero me olvido de la pata… esta vez no tambalea ni amaga, directamente me tumba, derecho al piso. El respaldo me pega en la nuca y mi codo golpea el escritorio. Los mil y un insultos. Levanto la mirada y veo en la barra su ventana minimizada…...
Bianca vio su vida pasar frente a sus ojos. Sus pupilas se dilataron tanto que cabía el mundo. Un enorme charco de sangre bañaba su cuerpo y el de Pedro, a su lado, casi sobre ella. Del tajo en su cuello brotaba la sangre a borbotones, tiñendo de rojo las blancas páginas del libro entre sus manos, donde podía divisarse penosamente un título…. “Crimen y Castigo”. “¡Si esto fuera cine!”, pensaba Pedro entre lágrimas y espasmos. “¡Si tan sólo esto fuera cine!, esta sangre no sería más que vaselina y colorante, este cuchillo no tendría filo, este tajo sería sólo maquillaje, y Bianca… ¡ah, Bianca! No te hubieses embarcado en este viaje sin retorno”. Las lágrimas caían en cascadas desde sus ojos fundiéndose en el charco de sangre. Pedro, joven e ingenuo cinéfilo, sólo percibe la vida en tomas y escenas, no puede ver más allá de su propia cámara, sus ojos no son más que dos gran angular, dos ojos de pez. Bianca, solía nutrirse diariamente con una porción de literatura cada tres horas. Todo para ella podía expresarse en palabras sobre papel, todo podía reducirse a grafemas, puntos, comas y notas al pie de página. Frutos de un mismo árbol, Bianca y Pedro veían la vida a través de lentes tan distintos como similares. Y ahí estaban los dos, empapados en sangre y lágrimas, amalgamados en un abrazo infinito. Pedro se perdía en las eternamente dilatadas pupilas de Bianca. Acarició con sus ojos todo ese cuerpo azul. Su boca, su suave cuello, su pelo, sus pechos, su vientre, su sexo… detúvose a contemplar ese dulce y codiciado sexo inmaculado. Mientras lo observaba, con una mano hacía el mismo recorrido que antes hicieron sus ojos y con la otra se desprendía lentamente el pantalón. Ambos cuerpos quedaron al desnudo, completamente despojados de toda vestimenta. Pedro recorrió una vez más el cuerpo de Bianca, pero esta vez con su boca, con su lengua. Besó su sexo tiernamente y de igual forma lo penetró. Le hizo el amor tan exquisita y perfectamente… Su cuerpo sobre el de ella, su boca comiendo la suya, su sexo tan adentro, impregnándose de ese delicado néctar virginal. Empapado en sangre, lágrimas, sudor y semen, aún dentro de Bianca, Pedro tomó el mismo cuchillo que había cortado ese aterciopelado cuello, se arrancó los ojos y se cortó el pene….
Me levante sin ganas de levantarme. Me vestí sin ganas de vestirme. Me fui sin ganas de irme. Hoy me hubiese quedado durmiendo todo el día…. Hoy me hubiese quedado durmiendo toda la vida.
Extrañamente, las dos mejores horas del día las pasé en clase…
14.22hs, N3 de vuelta a casa. Duermo para no hacer contacto con los demás, o por lo menos no darme cuenta. Hoy no quiero nada. Me despierto apurada, me bajo y en minutos estoy arriba de un N1. No quiero ni caminar. 15.11hs, N1. Segundo colectivo para volver a casa. Asco. No sé bien por qué, pero mi rostro fue adquiriendo gradualmente un cierto gesto de asco en el mismo momento en que me subí. Este viaje se me hace cada vez más largo. Y ahí estoy, parada en el pasillo agarrándome de donde puedo, nunca llego a los caños de arriba, por supuesto, mi metro y medio no es suficiente. Parada ahí balanceándome de una lado a otro con cada frenada y arrancada voy sintiendo cada vez más odio, bronca…asco. “Ahj”, esa expresión permaneció en mi durante todo el viaje, y todo el día, acompañada de una cara acorde… Empecé sintiendo odio por el chofer, que parecía no darse cuenta de que llevaba al menos unas veinticinco personas paradas. Después, por la gente parada alrededor de un asiento vacío, obstruyendo el camino a él. Esquivo a todos y me siento. La cara de asco no se fue, incluso, fue creciendo progresivamente. De repente todo me repugna. La adolescente insulsa y atolondrada que se para a mi lado aferrándose de mi asiento y del de adelante, como si no le alcanzara con uno, ella sí llegaba al caño, pero aparentemente era más divertido encerrarme contra la ventana y apoyarme lo más que podía su enorme bolso en el hombro… ahj. Finalmente desciende, pero sólo para darle lugar a la señora de adelante que para bajar se agarra de ese mismo hombro mío…otra vez ahj. Veo el piso de este mugroso colectivo, la tierra por todas partes, la basura tirada por ahí y una botellita de vidrio de coca (“las aguas negras del capitalismo”) que rueda de un lado a otro chocándose con todo lo que encuentra en su camino. El recorrido visual me lleva hasta mis manos. Hasta mis manos me dan asco hoy. La piel seca, las uñas, todo lleno de tierra… Si pudiera me las arrancaría con los dientes. Me toco el pelo… ¡ahj! Quisiera tener una afeitadora eléctrica y pasármela por toda la cabeza. Me repugnan mi pelo y mis uñas. Me repugna la nena que canta una y otra vez la misma parte de esta estúpida canción. Me repugna la botellita de coca. Me repugna la mugre del pasillo. Me repugna la cercanía de la gente. Me repugna el señor en el asiento paralelo y su cara de indiferencia al ver la hora. Me repugna la vibración del colectivo cuando frena, me hace cosquillas en todo el cuerpo. Me repugna mi cara de asco reflejada en el vidrio. Me repugna mi imagen en este colectivo. Hoy me repugna la vida. Solo pienso en llegar a casa, lavarme las manos y cortarme las uñas y el pelo.
Bajo del colectivo, no saludo al chofer. Hoy me repugna.
Camino a casa, cuadra y media. Hay tierra en el aire. Mi campera colgada del bolso se resbala y cae en la calle, maldita calle de tierra de esta aburrida ciudad dormitorio. Levanto la campera llena de tierra… ahj. Ya casi estoy en casa. La calle esta vacía, sólo estoy yo. El sol de la siesta y el aire apenas calido de otoño empiezan a ablandarme… parece que este día esta dejando de repugnarme, cuando una mujer en su bicicleta me lo recuerda. La calle estaba vacía, como dije, pero a la mujer se le antojó pasar bien cerca mío, casi rozándome con el manubrio… con tantos metros libres… ¡ahj! Mil veces ahj.
Ya resignada a la repugnancia que inunda mi día, entro a casa. Desearía que no hubiese nadie, pero mis deseos no son órdenes. Me despojo de cuantas ataduras tengo. Me lavo las manos y las uñas, antes que nada más. Me siento a comer mi almuerzo frío, sola, como de costumbre. Como como si no hubiese comido en días, pero disfrutando cada bocado. Hasta que suena el teléfono, hay gente en casa que puede atender, pero sigue sonando y termino por dejar mi tenedor y levantar el tubo. Este asco es cosa de nunca acabar. No era para mí. Vuelvo a la mesa y termino mi plato. Cuando suelto los cubiertos siento toda la comida dentro mío… me repugno un poco de mi misma.
Quiero vomitar…. Sacar todo este asco de adentro mío.
Me fascina la crudeza con la que habla Artaud, hoy parezco coincidir sólo con sus palabras, es lo único que no me repugna. Hoy me siento más cerca de esas palabras que nunca.
“Mi culto es el de la carne […] en el sentido sensible de la palabra carne. Las cosas, todas ellas, no me atañen sino en la medida en que afectan a mi carne, que coincide con ella, […]”